miércoles, 30 de mayo de 2007

Conurbaciones metropolitanas
José Antonio Hernández Guerrero

A los múltiples lectores que se han sorprendido por lo que califican de “repentina fiebre de Bahía” pretendo explicarles que mis reflexiones -además de apoyarse en el análisis de los problemas graves que nos acucian a cada una de las poblaciones ribereñas- están fundamentadas en las tesis actuales defendidas por los geógrafos, sociólogos, urbanistas y arquitectos más eminentes.
Estos especialistas defienden con argumentos diversos que el planteamiento correcto y la solución adecuada de los problemas demográficos, económicos, sociales y ecológicos de cada una de las actuales ciudades han de considerarse en el marco metropolitano de la Bahía.
Todos ellos coinciden en que, para mejorar la calidad de vida, es necesario y urgente que vayamos diseñando el plano global de las redes que deben integrar a cada una de las poblaciones y que se vayan prefijando las funciones y los papeles complementarios y cambiables de cada una de ellas.
Hemos de evitar que, de manera anárquica –y ventajista para los más desaprensivos y espabilados- en los espacios aún libres, siempre insuficientes, se vayan amontonando edificaciones que, paradójicamente, derrochan recursos y generan a su alrededor unos círculos periféricos que están en una permanente degradación ecológica, social y cultural.
No se trata, simplemente, de construir autopistas, puentes o vías ferroviarias sino que, además, se ha de ordenar el territorio aplicando unos criterios que equilibren y armonicen los múltiples atractivos de nuestra Bahía, respetando los valores ambientales y los recursos naturales, haciéndolos más accesibles a todos, evitando que las ciudades se confundan con el entorno en una amalgama perversa.
Pero, en mi opinión, la dificultad mayor que hemos de superar es la ingenua convicción de muchos habitantes de cada uno de estos núcleos de que su población es una “ciudad total, completa y autosuficiente”. Aunque parezca una broma, todos sabemos que, en cada una de nuestras poblaciones, encontramos rancios localistas, que defienden las “ciudades fortalezas, cerradas y acotadas”, y exigen universidad, plaza de toros, estadio deportivo, playa, museo, hospital, catedral, hotel, biblioteca, laboratorio y piscina propias y exclusivas para sus vecinos; no aceptan que estas instalaciones se distribuyan de manera racional, económica y equilibrada.
Es cierto que ya funcionan algunos consorcios como, por ejemplo, los de transportes, de aguas o de basuras, pero hemos de aspirar y poner los medios necesarios para que nuestra Bahía sea pronto una verdadera metrópolis que, alejada de los localismos estrechos y de los policentrismos suicidas, mejore nuestra calidad de vida y aumente nuestro valioso capital natural, ecológico, cultural y humano.
Es posible que, para lograr todos estos objetivos -para que emerja esa ciudad Bahía, articulada y compartida-, necesitemos que vayan surgiendo liderazgos globales, exigentes y responsables, que, dotados de una visión más larga, más amplia y más profunda, aprovechen las actuales oportunidades y sean capaces de entusiasmarnos a todos en un proyecto ambicioso.
Ésta es, a mi juicio, la única forma de lograr que la población no vaya disminuyendo y que nuestros hijos no se vean obligados a emigrar. Hemos de aceptar que, por mucho que les duela a algunos, el porvenir de esta zona, es la “conurbación metropolitana”, la formación de una “nueva y gran ciudad” mediante un proceso planificado de crecimiento controlado, físico y funcional, mediante un reparto de tareas que sea justo, equilibrado y, además, sostenible.

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