José Antonio Hernández Guerrero
Si, como dice el refrán, “la avaricia rompe el saco”, la ambición de poder -que, a veces, se exhibe como si fuese una virtud ciudadana- es un cáncer mortal que destroza la vida individual, aniquila la convivencia familiar y arruina la paz social.
- Por eso, nos chirriarían los oídos si, en alguna ocasión, en nuestros recintos académicos, escucháramos frases injuriosas, hipérboles sarcásticas, desmesuras caricaturescas, bromas impertinentes y, sobre todo, cuando se hicieran malévolos juicios de intenciones.
- Por eso sentiríamos sonrojo si advirtiéramos esa indisimulable alegría que algunos expresan en situaciones de conflictos.
La Universidad, además de comprometerse a la constante búsqueda de la verdad mediante la investigación científica, la conservación de bienes culturales y la comunicación de los saberes humanos, contrae la indelegable obligación de mostrar con su ejemplo, unos patrones de construcción de una sociedad más justa y más democrática.
Todos tenemos la obligación de fomentar, de manera inteligente e ingeniosa, el verdadero diálogo, apoyado en la presunción de buena voluntad y de nobles intenciones; hemos de evitar, al mismo tiempo, la tentación del individualismo autista y de la charlatanería pueril; hemos de hablar con claridad, con respeto y con energía, guiados siempre por unos anhelos morales y estimulados por unos valores espirituales, sin perder nunca de vista los objetivos del progreso social.
Tras un ejercicio de autocrítica serena, hemos de transmitir unos mensajes diáfanos que conecten con lo más noble de nuestra condición de seres humanos. Sin complejos de ninguna clase, hemos de movilizar las energías morales más profundas y más nobles para unirnos, en lugar de dividirnos. Reconozcamos que, con buena voluntad y con habilidad, no existen distancias insalvables.