sábado, 28 de julio de 2007

“Contar mi vida”


Aunque no siempre lo confiesan de una manera directa, en el primer cambio de impresiones con el que comenzamos cada curso de la Escuela de Escritoras y de Escritores, llegamos a la conclusión de que muchos alumnos pretenden “aprender a escribir” para contar, de forma “clara, ordenada, amena e interesante”, los hechos más relevantes de su vida. Un porcentaje considerable -sobre todo de los que ya han superado la barrera de los cincuenta- confiesa que sienten cierta necesidad de explorar el pasado, de hacer que el caudal acumulado pase a formar parte del presente y de dejar constancia por escrito de aquellas experiencias que, según ellos, pueden ayudar a los demás. En el fondo de sus propias explicaciones, se trasluce, sobre todo, el vehemente deseo de evitar que el paso del tiempo borre sus huellas, que disuelva en el olvido unos episodios que, si no son importantes, poseen un valor considerable, al menos, para sus propios descendientes.
Estas ansias de supervivencia o, quizás, estas esperanzas de eternidad suelen reforzarse, en muchos casos, con un propósito explícitamente moralizante: “creo -afirman algunos- que debe entregar, a menos a mis descendientes directo lo que me ha enseñado la vida”. Algunos son más explícitos y justifican su decisión con reflexiones sobre el valor de los recuerdos, sobre “la influencia en su bienestar presente mediante la recuperación de la memoria”, sobre “su fuerza curativa”, sobre “la eficacia psicológica” y, en resumen, sobre “la necesidad de ordenar el pasado” y de “ajustarse las cuentas consigo mismo”. No faltan los que aún profundizan más y confiesan que, mediante la escritura, pretenden “examinar sus comportamientos y revisar el significado de la vida”.
Con la intención de ilustrar estas ideas, transcribimos a continuación algunas de las explicaciones literales. Por el elevado número destacan, en primer lugar, quienes declaran que sienten la necesidad de “contar su infancia y su juventud”.
M., sin poder disimular que es profundamente bueno, honesto y coherente, con un triste tono esperanzado y con un estilo tamizado, demuestra en todas sus intervenciones que está adornado de esa modestia característica de los hombres que saben de verdad. Con esa reserva que distingue a los seres que han vivido discretamente, respondió con las siguientes palabras: “Es una pena que, mientras vivimos, no nos demos cuenta de que vivimos. Ahora, cuando ya he cumplido algunos años, valoro muchas cosas que, en mi niñez y en mi juventud, no sólo carecían de importancia, sino que, incluso, las rechazaba o las despreciaba. No o podéis imaginar los espectáculos que protagonizaba cuando mi madre ponía de almuerzo arroz con habichuelas; y, ahora, cuando me las hace mi mujer, me saben a gloria bendita.
Ya que estoy jubilado, me gustaría regresar, como vuelven los elefantes al lugar de su nacimiento, a mi niñez, a mi adolescencia y a mi juventud, para seguir meditando, latiendo y conversando sobre los temas esenciales que me planteé cuando aún estudiaba en el colegio; me gustaría seguir reflexionando sobre aquellas cuestiones que, desde niño, constituyeron el objeto de mis permanentes y agudas preocupaciones. Durante toda mi vida, más que responder, he dirigido preguntas a Dios, a mi padre, a mis amigos y, sobre todo, a mí mismo. Tengo la impresión de que, de repente, he saltado de la juventud a la senectud y me gustaría indagar en las claves que explican mi afanosa vida”.
Estas confidencias nos sirven de punto de partida para ahondar en nuestro principio fundamental: “Escribir es una forma de vivir de una manera más consciente, más intensa y más plena, la vida humana”.

1 comentario:

carmen dijo...

Como siempre, darle las gracias por dedicarnos el tiempo suficiente para llegar a conocernos interiormente a traves de nuestros relatos y de nuestras intercomunicaciones presenciales o virtuales. Me veo reflejada en muchas de sus afirmaciones lo que me crea el bienestar interno de saberme comprendida.